PRINCESA
Junto a un amigo nos dirigíamos a la plazoleta e Funza a patinar un rato, ya que hacía mucho no salíamos. Mientras nos dirigíamos al sitio empezó a llover demasiado, así que decidimos escampar en una tienda cerca al puente de Colanta.
No pensamos que nuestro momento de tranquilidad y espera fuera a ser interrumpido por un accidente. Una perrita pequeña iba cruzando la calle tranquilamente, pero un loco al volante se atravesó cuando el semáforo estaba en rojo y la atropelló. Estando en shock, no sabía qué hacer, ir tras el vehículo o ayudar a la perrita que se encontraba desorientada y asustada por lo ocurrido, pues sus ojos salieron se sus cuencas y su mandíbula inferior se había fracturado. Algo muy fuerte de ver. Sin pensarlo dos veces decidó quitarme mi buso e ir tras de ella antes de que algo pudiera pasarle. La envolví, recogí del suelo y me la llevé a un pequeño jardín de flores que había cerca. Llamé a las entidades de protección animal pero estás no fueron de ninguna ayuda, puesto que su sistema de auxilio inmediato era demasiado tardado, así que con la capucha del buso y con todo el cuidado le cubrí su carita y la llevé hasta un sitio de emergencias para animales. Al llegar al sitio la atendieron con prioridad e hicieron un breve diagnostico, y al momento de entregarme un papel con los gastos que tendría el tratamiento se me bajó el Ser, pues era algo demasiado caro y en el momento no tenía cómo pagarlo ni apoyo de nadie. Luego de decirle a la enfermera que me era imposible pagar eso me dio la opción de aplicarle una inyección para que muriera tranquila y así no siguiera sufriendo. Con el corazón en la mano y apunto de rompe en llanto lo acepté. M edieron unos dos minutos para hablar con ella y le pedí perdón por no haber podido ayudarla a seguir viviendo mientras lloraba de una manera impresionante. La enfermera volvió y me dijo que ya todo estaba listo, así que la puse la manobajo su cabeza y la otra en su estomago mientras la consentía. Antes de inyectarla la enfermera me pidió ponerle un nombre para así ser recordada. Lueog de darle el nombre la inyectó y sentí como su respirar disminuía y su cabeza se desgonzaba suavemente, a los 15 segundos ya solo quedaba su cuerpo lastimado en mis brazos. Pedí que me la entregarán en vuelta en el saco para llevármela y enterrarla. Su cuerpo descansa frente a mi casa, en un parque que siempre he conocido toda mi vida. A día de hoy aún siento la culpa de no haber podido salvarla. La llamé Princesa, y a diario pasó por el lado del lugar donde la enterré para despedirme diciéndole "Adiós, mi Princesa".